miércoles, 10 de noviembre de 2010
IGLESIA LA CATEDRAL
Una de las joyas arquitectónica más antiguas y bellas de la ciudad de Tunja, es LA CATEDRAL, hoy BASILICA METROPOLITANA de la Parroquia de Santiago El Mayor de Tunja. Es la expresión del arte cristiano gótico-mudéjar del Renacimiento y considerada como la Catedral colombiana más antigua, construida en el siglo XVI
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Aquello era un verdadero terremoto: las columnas se mecían y doblaban bajo un techo que parecía danzar enloquecido. Pesadas bancas que saltan por sus extremos y golpean el suelo produciendo un ensordecedor rugido de tormenta. Gemidos de dolor y de espanto de las almas benditas que habitan las iglesias. Puertas de los confesionarios que se abren cierran, candelabros que caen ruidosos y ruedan por el suelo. Estatuas de los santos que hacen venias exageradas como si quisieran escapar de allí y buscar un refugio. La rejilla del bautisterio gime sobre sus goznes en un vaivén que produce chillidos espeluznantes. La escena era enloquecedora, espantosa. Cuando Sandalio el sacristán atinó a abrir la poterna del enorme portal contuvo el aliento mientras su frente se perlaba con un sudor helado que de inmediato comenzó a humedecerle también la nuca erizada. No podía caminar. Imposible en tan colosal barahúnda. A gatas, gimiendo, respirando agitado, boqueando, avanzó por el pasillo central hacia el cancel y luego allí, con manos temblorosas extrajo del bolsillo la caja de cerillas y con dedos crispados e inseguros atinó por fin a encender la lámpara del Santísimo.
ResponderEliminarEntonces todo cesó como por ensalmo. Excepto por los suspiros de alivio de las almas del purgatorio que poco a poco parecían alejarse, el recinto fué quedando sumido en un silencio total. Sandalio se sentó en las escalinatas para con el faldón de la camisa enjugarse una frente helada bañada del sudor que produce en el cuerpo el pavor que rodea las escenas sobrenaturales.
El corrillo de niños que boquiabiertos escuchaba la narración miraba con ojos agrandados como platos por la sorpresa. Ninguno de nosotros se movió del lugar. Todos nos volvimos para poner los ojos sobre el imponente frontis de la catedral, como para segurarnos de que todo estaba en orden y nada se había seriamente roto en el desastre. Era aquél un día soleado bajo un esplendoroso cielo azul, pero lo descriptivo del relato había puesto en la imaginación de todos nosotros con vivo detalle lo espantoso de aquella escena de pesadilla. Quizás sobre decir que todos nos lo creímos. Éramos entonces un grupo de rapaces entre los nueve y los once años, acólitos todos ya de la catedral misma o de Santo Domingo, San Ignacio o San Francisco, auténticos niños de nuestro tiempo. Recuerdo que sin pensármelo dos veces me fuí directo a mi iglesia para cerciorarme de que ninguna ráfaga de viento o la mala calidad de la gruesa cera hubiese apagado la lámpara del Santísimo. Tan seguro estuve de la veracidad de lo que el chico nos contó, que ni siquiera me pasó por la mente preguntarle alguna vez a Sandalio para corroborarlo y hasta se me convirtió en hábito diario visitar mi iglesia aún a horas que no correspondían a las de mis obligaciones de trabajo, para asegurarme de que el resplandor dentro del cristal rojizo seguía danzando en la semi penumbra asegurando así la continuidad de la vida y la tranquilidad de las ánimas del Purgatorio.
Antonio Gómez
Helsinki, 21 de agosto de 2013